lunes, 16 de septiembre de 2013

GIGANTES, HUMANOS Y GNOMOS.


¡¡Hola a todos/as!!


Aunque veo que este blog no está teniendo mucho movimiento, o quizá por eso, para intentar resucitarlo, vuelvo a él para pediros un favor: que "me votéis".

Sí. Uno de los dos cuentos que mandé para participar en un concurso online de relatos ha quedado como "finalista".

Curiosamente, yo le veía más posibilidades al otro, al que no han seleccionado, pero creo que me lo han echado para atrás por incluir ilustraciones y aunque en las bases no se especificara claramente que no se podían poner, supongo que se sobreentendía que era solo texto.

Pero, bueno, no me importa, es que las ilustraciones eran esenciales.

El caso es que os voy a pedir que, si de verdad os gusta y si os molestáis en leer los de los demás candidatos y os parece justo que ganara, votéis mi relato Garbancito Diferente quiere casarse con otro garbanzo en la siguiente web:

www.kedacon.com/category/concurso-2/finalistas

Viene el listado de relatos participantes, si pincháis en la imagen en miniatura con que es presentado cada uno de ellos, accedéis al contenido y, al final del todo, le podéis dar a “me gusta” a través de facebook (cada “me gusta” cuenta como un voto y supongo que pondrán un tope por persona, pero si queréis intentarlo más de una vez por si acaso… jiji).

Me haría mucha ilu, más incluso que lo de la estancia de fin de semana en un hotel, lo de promocionar en una plataforma digital mis escritos...

Y os pongo aquí el otro que mandé, que da título a esta entrada, para que lo leáis también si os apetece y me digáis qué os parece.



Ahí va.



Besos a todos/as y gracias por adelantado por vuestra contribución en forma de voto...





Para una de las mujeres más estilosas del mundo,

por ser capaz de lucir tan original y florido tocado

sin que parezca un gorro de baño;

por haberme prestado el nombre de su pedacito de sí

y por apoyarme tanto y creer en mí.

Para mi sobrina y su creatividad, que le dure siempre.

GIGANTES, HUMANOS Y GNOMOS.

El coche de mi tío es muy distinto al de mi padre. Tiene muchos adornitos de muchos colores colgados por todas partes, unos pañuelos muy raros anudados en las cabeceras de los asientos de delante y una bufanda muy larga de plumas violetas enrollada en las de los de detrás.

Mi tío, en general, es algo diferente.

Abuela dice que es muy historiado y casi siempre le pone malas caras por la ropa que viste.

Pero a mí me gusta, me lo paso muy bien con él y siempre está proponiéndome juegos nuevos y contándome historias sobre muchas cosas. Además, siempre me dice que de mayor voy a ser artista porque escribo y dibujo muy bien.

Mi padre prefiere que sea ingeniera, como él; o médica como mamá.

Yo aún no lo he decidido.

Pero es verdad que escribo y pinto siempre que puedo. Me encanta.

Creo que mi tío está un poco loco. Hace unos meses ha estado ingresado en el hospital dos veces y se pasaba los días enteros metido en su habitación llorando y sin querer ver a nadie. Ninguno sabíamos explicar qué le pasaba exactamente, solo que su incomprensible enfermedad empezó desde que Alberto se fue. Aunque papá, mamá y abuela me dijeran que era un amigo especial del tío, yo tenía claro que era su novio. Uno no se pone tan triste porque un amigo se vaya a vivir a otra ciudad.

Mi tío me dijo una vez que una amistad no se pierde si no hay una razón de peso de por medio, pero que el amor, igual que llega como un huracán, repentino y absorbente; puede desaparecer con la misma rapidez. Y eso es lo que le pasó a Alberto. Dejó de querer a mi tío, pero él no. Quizá ahí radica su magia, Martina, me decía, es un sentimiento tan intenso como frágil y caduco. Te hace inmensamente feliz cuando es correspondido pero duele mucho cuando no lo es.

-Solo el amor de Dante es completamente sincero e incondicional, para siempre, aunque no es comparable por la total dependencia que tiene de mí. Bueno, y yo de él –mi tío siempre aseguraba que Dante, su perro, era como su hijo.

Por aquel entonces, abuela siempre estaba diciendo que le iba a dar algo porque no quería ni comer, y tenía razón porque un día que ella no estaba con él, mamá y papá se lo tuvieron que llevar corriendo a urgencias porque se puso tan malo de la barriga que había vomitado y estaba como inconsciente. Parecía que estaba dormido, muy dormido, y no podía ni mantenerse en pie ni hablar ni abrir los ojos.

Nos asustamos mucho.

Estuvo ingresado más de un mes, y por más que insistí nadie me dejó ir a verle. Decían que era mejor que me esperara a que le dieran el alta.

Por eso, le di a mi madre un cuento que escribí para que se lo llevara de mi parte.

Se llamaba Gigantes, humanos y gnomos y decía así:

Un día, Alicia le dijo a su mejor amiga, Elena, que algún día se metería en un remolino porque ella no era una persona.

Pero Elena no entendió nada.

Y ese día llegó. Estaban jugando en casa de Elena y Alicia se metió en un remolino y un gnomo le concedió un deseo.

Alicia pidió no hacerse daño.

Desde aquel día, los gigantes (que eran la familia de Alicia) utilizaban las tazas de té para llenárselas de agua y que fueran una piscina.

Esta noticia se puso en las primeras páginas de los periódicos de la ciudad de los humanos, que se fueron a vivir a la ciudad de los gigantes.

Y los ratones habitaron la ciudad de los humanos y, por si acaso, pusieron una señal de PROHIBIDO GATOS”.

 
A mi tío debió de gustarle mucho mi cuento porque se lo llevó el fin de semana que nos fuimos juntos a un “sitio mágico” (según él, siempre habla tonterías). Dijo que quería hacerme un juego con él.

-Bueno, ya estamos llegando, Martina. Espero que te guste –me dijo después de una media hora de viaje.

Desde la ventana del coche vi un recinto vallado con una piscina dentro, una casa blanca muy bonita y unas cabañas de madera con el techo de tejas, como la de Hansel y Gretel pero sin ser de chocolate.

Lo que más me gustó de todo era una bandera de rayas con muchos colores que ondeaba con el viento.

-¿De qué país es esa bandera, tío? –le pregunté, porque nunca antes la había visto.

Él se echó a reír, y me dijo:

-No es de ningún país… –contestó, riendo–. Qué ocurrencias –añadió en voz más baja.

Supuse que era otra de esas preguntas que no se me podían responder.

Creo que a veces los mayores saben menos de lo que creen, sobre todo mi padre y mi tío que muchas veces discuten por llevar la razón o, al revés, que saben tantas cosas que prefieren no decirlas por cautela y discreción, como mamá y abuela.

Cuando entramos en aquel sitio, nos recibieron dos mujeres un poco raras pero muy simpáticas que nos invitaron a pasar y a ponernos cómodos en seguida.

-¡Qué alegría que al final te hayan dejado traerte a la niña! –le dijo una de ellas a mi tío, y es que hasta última hora mi padre no se terminó de decidir a dejarme ir todo el fin de semana sola con mi tío.

A mí al principio me extrañaba que Dante pudiera estar allí suelto como si nada, pero en aquella especie de hotel había otros perros sueltos de otras personas. Incluso gatos.

Todo era raro. Pero divertido. Y todo el mundo era muy simpático conmigo.

Dos hombres que hablaban muy rápido y gesticulaban mucho con las manos saludaron a mi tío con dos besos y mil aspavientos:

-¡Hola, Martinita! –uno de ellos se acercó a darme dos besos–. ¡Qué mona!

-Y mira –dijo el otro–, qué vestidito más ideal. ¡Es una ricura! –y me estampó otros dos besos.

No solo la bandera de ningún país era de colores. Todo allí lo era.

Las paredes de dentro, verde pistacho. Los sofás, rojos. Las tumbonas de la piscina, azules.

-¿Te gusta? –me preguntó mi tío, cuando entramos a soltar la maleta en nuestra habitación.

-¡Mucho! –respondí.

-Me alegro –dijo él–. ¿Sabes una cosa, Martina? –añadió al cabo del rato.

Enseguida supe que empezaba una de sus historias. Me puse cómoda y abrí los oídos todo lo que pude.

-Alicia y yo tenemos algunas cosas en común.

Qué tonto es a veces. Sabe perfectamente que Alicia no existe.

Pero le seguí el juego:

-Ah, ¿si? ¿y eso? ¿No eres una persona?

-Pues… –titubeó–. Sí, claro que soy una persona. Aunque últimamente haya llegado a dudar de que no tenía la valía de tal…

Eso no lo entendí muy bien.

-¿Entonces qué tienes que ver con ella?

-Que yo también me metí en un remolino –sonrió, mientras echaba mano de mi cuento. –Un remolino muy revuelto de pena por haber perdido a Alberto que me lo puso todo patas arriba y le quitó el sentido a todo.

-Y ahora me dirás que te encontraste un gnomo, claro…

-¡Justo! El gnomo me lo mandó abuela…

-Sí, claro… –creo que a veces mi tío no se da cuenta de que ya tengo diez años, no soy una niña.

-Abuela le pidió al gnomo que saliera de aquel remolino, sin hacerme mucho daño, como Alicia. Los gigantes, tu madre y tus otros tíos, me ayudaron también… Descubrí lo maravilloso de las pequeñas cosas, como darse un chapuzón en una taza de té.

Me lo imaginé diminuto bañándose en una taza y me hizo mucha gracia.

-Y logré salir del remolino, Martina. Gracias a abuela y a ellos, sobre todo.

Creo que se iba a poner a llorar otra vez, porque giró la cara y levantó los ojos, parpadeando para que no se le notara. Pero la piel de gallina de sus brazos le delató. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que lo que me estaba contando no era un cuento, y abrí más los oídos.

-Lo que sí necesito a veces es irme a otras ciudades, a otros planetas; a conocer a otras personas diminutas como yo.

-Tú no eres diminuto, tío.

-De tamaño puede que no. Pero a veces me siento más enano que tú –me dio un coscorrón–. He sido tan torpe que no he sabido mantener a mi lado a la persona que más he querido.
 
Creo que mi tío a veces sigue pensando que podría haber hecho algo para que Alberto no dejara de quererle.

Se levantó a beber un vaso de agua y luego me cogió en brazos y me sentó sobre su regazo.

-Esas veces me vengo a sitios como este, con banderas de colores y dejo de sentirme tan pequeño porque me encuentro a muchas personas con las que puedo compartir muchas cosas.

-¿Como los dos hombres que te han saludado antes?

-Por ejemplo –tragó saliva–. ¿Sabes que la semana que viene van a tener una hija?

-¿Quiénes? –pregunté extrañada.

-Ellos dos…

-¿Tus amigos?

-Sí.

-¿Una hija?

-Sí. De tu edad.

¿Dos hombres? ¿una niña de mi edad? Ahora sí que no estaba entendiendo nada. En el cole las monjas ya habían dejado de contarnos lo de la cigüeña y ya sabíamos cómo los papás y las mamás hacían los hijos, pero…

Recordé las palabras de mi abuela. “A veces, para saber escuchar, hay que aprender a callar”.

Y fue lo que hice para que siguiera hablando él.

-Creo que tu padre está preocupado porque te hayas venido el fin de semana conmigo… ¿Le vas a contar dónde hemos estado?

-Claro, tío… ¿Por qué no iba a contárselo?

Rió.

-Tu madre tiene razón. En el fondo, tu padre y yo no somos tan diferentes. Es más, los dos somos bastante soberbios y orgullosos, nos creemos tan dueños de la verdad que por eso a veces chocamos.

-Pero… ¿os lleváis mal?

-No. Solo tenemos formas distintas de ver las cosas.

-Eso… eso no es malo, ¿no?

-No, claro que no… ¿Nos damos un baño?

Yo creo que lo que pasa es que mi tío y mi padre quieren ser los mejores en todo y, como dice abuela, eso no puede ser, cada uno tiene que intentar ser el mejor en lo suyo. Aunque ella no solo es la mejor abuela, sino la mejor mujer del mundo.

Y mi tío, aun con sus rarezas, tampoco es mal tío.

Ni mi padre. A lo mejor tampoco es el mejor pero, para mí, no hay otro igual. Ni quiero que lo haya. Le quiero mucho. Como no cambiaría a mi tío.

Ni a mamá ni a abuela.

Él puede decir lo que quiera, pero esa bandera sí es de algún país.

O quizá de todos los países juntos.

Cuando volví a casa, decidí cambiar mi cuento y regalárselo a mi padre.

Ahora lo titulé Gigantes, humanos, gnomos, ratones y gatos y cambié la señal de prohibición por una bandera de colores, porque me parecía que así estaba mucho más bonito.

Mi tío se puso muy contento cuando se lo enseñé. Pero mi padre no tanto. Dijo que no había sido buena idea irme todo el fin de semana con mi tío y que le parecía que el cuento estaba mejor como antes.



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